
Dicen que los pocos que pudieron y se atrevieron a bajar a ver el sótano del Palau de les Arts en la noche de la segunda riada -la primera fue la semana anterior- recordaron, al contarlo, la película del Titanic en aquellas angustiosas escenas del Di Caprio y la Winslet buscando una salida por los pasillos, acorralados por el agua que bajaba en catarata por las escaleras. Lo que llegaba desde el cauce y hacía rebosar los cuatro estanques, ocupaba toda la lámina superficial del recinto, se filtraba por todas partes e iba ganando tal fuerza a medida que descendía de nivel que, como pudimos ver ayer en Levante-EMV, rompió hasta las puertas metálicas. En el llamado nivel -3 empezó, primero, a llenarse el «aljibe» que supone el hueco donde reposa la plataforma del escenario y aloja sus motores y, después, toda la gran superficie hasta convertirse en la piscina olímpica, pero multiplicada por tres, que no tenemos en Valencia, con un metro y pico de profundidad. Con esa gigantesca piscina de agua enlodada llegó el silencio y la oscuridad. Allí, a doce metros de profundidad, además de salones de ensayo, otras dependencias y el auditorio Martín y Soler -sillones especiales, forrados de piel flor de primera calidad y hechos por la empresa italiana que trabaja para Ferrari-, está depositado todo el sistema eléctrico que mueve el gran edificio, un edificio que se levanta, por si no lo sabían, sobre cimientos hechos con hormigón blanco? el derroche empieza, con un par, por los cimientos.Si no contamos los 40 millones destinados al equipamiento escénico, el Palau de les Arts ha costado hasta el momento 330 millones de euros y lleva construyéndose bajo la dirección con mando a distancia de Santiago Calatrava once años. De pronto, por un temporal que dejó en Valencia 170 litros -mucho, pero no tanto como los registros de otras zonas-, el Palau de les Arts se inunda en un solo día y provoca el gran escándalo mundial, con retraso incluido de la temporada de la ópera. 330 millones y once años contra 170 litros y un día. Estamos ante uno de los desastres más grandes en el mayor edificio que se podía imaginar y nadie ha dado explicaciones, ni informaciones serias de lo que ha pasado y sus motivos? y, por supuesto, nadie ha dimitido. Calatrava -la mejor defensa es un buen ataque- rompió el silencio que impuso el lodo declarando, a través de su portavoz, que había avisado que iba a ocurrir y el ayuntamiento no le hizo caso. (Y lo decía el arquitecto que fue capaz de olvidarse de poner escaleras de emergencia para el Museo Príncipe Felipe.) Luego apareció el concejal Bellver anunciando que se cambiaría del plan del cauce lo que hiciera falta para, después, ser corregido por Rita Barberá, quien se mordió la lengua, en dos ocasiones, para no culpar directamente a su hijo predilecto, un «hijo», por cierto, que la desairó al no acudir a recoger la distinción. La única que dio la cara fue la superintendente Helga Schmidt, quien casi tocaba de oído y habló, vagamente, de cosas que no le correspondían. La consellera Miró se negó a ir más allá de declarar que no es hora de buscar responsabilidades, algo que dio por bueno el vicepresidente Rambla el viernes recordándonos a todos que «la opinión pública conoce con detalle mayúsculo» este, y eso lo digo yo, mayúsculo desguisado. Curiosamente, el principal y primer responsable de la construcción y gestión del Palau de les Arts, el vicepresidente y conseller de Economía, en este caso y a estas alturas, Gerardo Camps, quien debía haber cinchado el desmadre gigantesco, en el que se ha convertido la locura creativa y desbocada del arquitecto valenciano, no ha resollado. Y por supuesto, el único que le podía haber parado los pies, del presidente Francisco Camps hablo, ni ha dicho, como TVV, ni dirá esta boca es mía, ni se le ha ocurrido llamar a capítulo al arquitecto, que se sepa. Ha pasado el tiempo suficiente para que los ciudadanos, los que han costeado este magnífico disloque, los dueños, sepamos de boca del contratista qué ha pasado y cómo, sin costarnos un euro más, porque la culpa no es nuestra, se va a arreglar y asegurar que nunca vuelva a repetirse. Lo único que hemos escuchado hasta hora es «la culpa es mía, la culpa es tuya». Si es verdad que Calatrava ha ganado ya unos 12.000 millones de pesetas en la Ciudad de las Ciencias, debe hacer algo más que dar la cara y explicarse. El genio de Benimàmet sólo comparece ante los medios rodeado de pulcras y rutilantes maquetas blancas para vender sus proyectos. La penúltima sólo sirvió para abortar la subasta del solar del que disponía Cacsa con las famosas tres torres con nombre de provincia que nadie quiere construir, no por la crisis, sino por no entrar más en crisis si es él quien dirige las obras. Calatrava ha hecho y deshecho, gastado y regastado cuanto ha querido, de modo que ya puede justificar, como le acusan desde el ayuntamiento, su imprevisto estanque de los 94 cipreses invadiendo terrenos municipales del cauce y desprotegiendo el edificio. Y, por supuesto, debe pagar el sobrecoste que supondrá la «calatraviana» solución, en la que trabajan hasta las tantas de la madrugada en su despacho de la calle Trinitarios estos días. Cacsa ha de dar cuenta de los caprichos, algunos increíbles, que se le han consentido, con los que el gasto se ha disparado más aún. Y, finalmente, la Generalitat tendrá que responder por qué le ha dado más encargos.
Font: Levante-emv (OPINIÓ)
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